domingo, 4 de mayo de 2014
Enredada en algo que no eres tú.
Me fumé el caos y exhalé felicidad, al compás de un reloj que mareaba con su tic-tac, te eché de menos muy fuerte, con toda mi mente envuelta en ti como el mejor regalo. Me senté en el sillón, puse los brazos sobre los apoya-brazos y me sonreí como solía hacer, para darme ánimos. Escuché mi canción favorita y bailé al compás de tus labios a miles de kilómetros. Leí un libro enredada en mantas, me desenredé y te busqué, pero no estabas para enredarme en ti. Fui al campo, me eché en la arena del camino que habían creado miles de pisadas y grité tu nombre, por si me escuchabas y te daba por volver sólo para pedirme que no lo haga tan fuerte, que intenta dormir.
Son tiempos de valorarles.
Ahora que ya no puedo aprovechar tanto el tiempo con ella como me gustaría, miro atrás y pienso "esa mujer sí que sabe cómo crear buenos ratos que recordar". Qué suerte poder seguir viéndola, abrazarla y recordarla lo mucho que la quiero. Es una de esas personas que merece la pena escuchar; de las que no aburren contando batallas; de las que cantan con cualquier excusa que ven; de las que no sonríen mucho, pero cuando lo hacen, iluminan hasta la sombra más escondida. Una de esas personas que vale la pena conocer y apreciar con todo tu corazón (y de las que se hacen rápidamente un hueco en él).
Llevo casi dieciocho años a su lado y, fíjate, creo que cada vez le aprecio más. Se me hace muy especial pasar tiempo a su lado. Cualquier excusa es buena para escaparme un ratito a su lado y hacerla de reír con una de mis tonterías.
Por eso, si tenéis abuelas, apreciadlas como intento hacer yo con la mía, porque son mayores y no sabes cuándo se van a ir. Escúchale, aprende y dales las gracias las veces que haga falta, para que al volver la vista atrás puedas estar orgulloso/a de ti y especialmente de ella.
Gracias por todo, abuela. Eres enorme.
sábado, 3 de mayo de 2014
Todavía lo recuerdo.
Él miraba al infinito, pensativo. Ella miraba detenidamente cada rincón de su cara: sus facciones perfectas, sus ojos grandes y marrones, sus mejillas, su nariz, sus labios dulces y finos y finalmente su barba. No podía entender cómo podía querer tanto a alguien. Entonces ella le preguntó:
-¿Qué piensas?
-Nada.
Ella se tumbó con él y vio todo desde otra perspectiva. ¿Quién iba a decirle que por fin podía besarle todo cuanto pudiese sin tener que odiar la distancia? Con él sus sonrisas eran felices en su totalidad. No podía ser más afortunada de estar tumbada ese sofá junto a la persona que más quería. Simplemente le parecía un sueño de esos que pocas veces se hacen realidad. Toda aquella habitación estaba llena de algo especial, de "quiero pasarme toda la vida así", de risas, de nervios, de miradas cómplices, de besos, de abrazos seguidos de un "no seas boba, si te quiero un montón".
Pero él ya no estaba. Él se fue. Y no sabía nada de él.
-¿Qué piensas? -preguntó alguien.
-Nada -contestó ella, sonriendo con tristeza al recordarlo.
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