domingo, 28 de septiembre de 2014

Aquella niña inocente.

Me planté frente al yo de hace 8 años e inocentemente me planteó preguntas que seguían sin estar resueltas. “Necesitaremos algún tiempo más", le dije.
Me preguntó sobre el amor, le respondí que había aprendido bastante, e incluso más de lo que me hubiese gustado.
Le aconsejé olvidarse de lo malo y echar adelante con lo bueno. “Si ni si quiera tú mismo lo haces", me contestó. Qué razón tenía y cómo me dolió escucharlo. Habló y habló sobre sus problemas; “ya tendrás más", puntualicé yo. Aquella niña, pequeña aunque con más cabeza que yo, me había hecho darme cuenta de lo mucho que me preocupaba de los problemas y lo poco que hacía por vivir de verdad. ¿Había dado un paso atrás? ¿Era esa mini-yo más lista? Mantuve conversaciones de horas y horas, sólo para ganarme su confianza y preguntarle “¿Cómo lo haces?". “¿El qué?", respondió ella. “Encontrar siempre algo que te haga seguir adelante, porque a mí se me agotan los motivos". “Piensa en ti", finalizó. Después de esa frase no quedó más que mi cuerpo y mente en un inmenso vacío en el que yo sola bailaba. Aquella niña, aquella yo de hace ocho años se había esfumado y sólo me había dejado esa lección.

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