Besos con sabor a despedida, dulces pero dañinos, llenos de un todo y un vago vacío que se mezclan. ¿Amor? Puede ser. Y en el momento del último beso, el cielo se nubla y empiezan a llover escalofríos y un "adiós" casi tan amargo como el café solo, sin azúcar que lo endulce. En instantes así hay dos opciones: aceptar la derrota ante la distancia o no aceptarla y rezar por más besos llenos de un amor que sólo se comprende sintiéndolo.
La tormenta de haber casi perdido a la persona que más quiere se apodera de sí, junto a un enredado nudo en la garganta. Cuando se giró y empezó a marchar hacia una vida en la que él ya no estaba, las lágrimas echando carreras hasta sus labios fueron inevitables. Ella no quería esa vida antes mencionada, sino una con él.
sábado, 26 de abril de 2014
La despedida.
domingo, 13 de abril de 2014
Nada más que la vida.
Ves cómo se te escapa de las manos, cómo te pide un respiro, un poco de calma. Se desgasta como las ruedas de un coche al andar, como se consume un cigarro con cada calada, como se acaba un café con cada sorbo. Te dice que pares de hablar y empieces a escuchar. Suspira por cada rincón y se cuelga de la manecilla del reloj, fuerte. Llora de impotencia y después te sonríe para hacerte ver que se puede. Desvanece y muere en cada intento, pero no quieres escucharla. Se va yendo poco a poco, arrastrándote con ella.
lunes, 7 de abril de 2014
Un poquito de tranquilidad.
Se hallaba sentado en el banco de un parque perdido por Madrid. Miraba cómo los niños correteaban alegres, sin ninguna preocupación. Y entonces se dio cuenta. Por fin empezó a entender cómo funcionaban las cosas. Él había huido de sus problemas para sentarse en aquel banco, buscando la tranquilidad. Y a parte de encontrarla, también dio con la solución de su alboroto mental. Si aquellos niños podían ser felices sin juzgar a los demás, haciendo amigos y jugando más alegres que nunca, ¿por qué él no? La solución estaba en dejar de dar importancia a cosas que no la necesitaban. Tenía que dejar de amargarse. Tenía la vía de escape en sus manos, la clave para no dejar de ser feliz nunca. Y después de mucho tiempo, esbozó una sonrisa sincera y con todas sus fuerzas se levantó del banco, con intenciones de comerse el mundo. Lo tenía claro, todo problema tiene su solución y estaba dispuesto a pensar las cosas más detenidamente, sin dejar que le afectasen lo suficiente como para volver a tener que ir a ese parque a buscar una tranquilidad mental que se veía rodeada del alboroto de los más pequeños.
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