Nos quedamos solos en medio de la noche, con las ideas descolocadas y tus manos perdidas en mi pelo, despeinándome. Sólo se podía ver tu sonrisa y la mía, y es que todo lo demás era irrelevante, no tenía apenas importancia. Era un caos de esos tan bellos que no puedes dejar de mirarlos. Éramos tú, yo y la incierta idea de lo que iba a ocurrir después. No podía dejar de admirar tu inteligencia, la facilidad con la que me hacías reír nerviosamente, colocándome el pelo sobre las orejas y mirando hacia abajo con una vaga sensación de vergüenza. Pero en realidad esos momentos eran de los que más me gustaban; aunque no había ninguno como cuando nos tirábamos en la cama a escuchar aquel vinilo de los ochenta que reproducía música clásica. No, está claro, no había ninguno como ese. Me encantaba disfrutar de la buena música y del calor que tus abrazos me proporcionaban, de la tranquilidad que el ambiente desprendía. Y aquí estamos, entre tanto pensamiento desordenado, sin las ideas claras excepto una: no queremos separarnos el uno del otro.
domingo, 26 de octubre de 2014
No queremos separarnos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario