sábado, 3 de mayo de 2014

Todavía lo recuerdo.


Él miraba al infinito, pensativo. Ella miraba detenidamente cada rincón de su cara: sus facciones perfectas, sus ojos grandes y marrones, sus mejillas, su nariz, sus labios dulces y finos y finalmente su barba. No podía entender cómo podía querer tanto a alguien. Entonces ella le preguntó:
-¿Qué piensas?
-Nada.
Ella se tumbó con él y vio todo desde otra perspectiva. ¿Quién iba a decirle que por fin podía besarle todo cuanto pudiese sin tener que odiar la distancia? Con él sus sonrisas eran felices en su totalidad. No podía ser más afortunada de estar tumbada ese sofá junto a la persona que más quería. Simplemente le parecía un sueño de esos que pocas veces se hacen realidad. Toda aquella habitación estaba llena de algo especial, de "quiero pasarme toda la vida así", de risas, de nervios, de miradas cómplices, de besos, de abrazos seguidos de un "no seas boba, si te quiero un montón".

Pero él ya no estaba. Él se fue. Y no sabía nada de él.
-¿Qué piensas? -preguntó alguien.
-Nada -contestó ella, sonriendo con tristeza al recordarlo.

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