lunes, 29 de diciembre de 2014

Pasado.


A todos nos cuesta hablar en pasado de una persona que estuvo, pero ya no está. Nos cuesta porque aún duele, porque queremos que permanezca a nuestro lado, que comparta sonrisas con nosotros, hacer tonterías y que nos siga el rollo, que nos abrace nada más vernos. Pero ya no está. Sólo nos quedan los recuerdos y, en cierto modo, deberíamos alegrarnos porque nos queda algo. Pero ya sólo es pasado.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Él.


Él era como un rayo de sol en invierno, como una sonrisa de esas que te sale sin querer, como alguien de quien aprender a vivir la vida. Parecía despreocupado, aunque no siempre fuese así. Era muy suyo, muy listo, muy serio (y por eso me gustaba tanto sacarle sonrisas). No había cosa en el mundo que me gustase más que estar a su lado haciendo cualquier cosa, Él era un borde, siempre me picaba, Él era la persona que más me gustaba del planeta. Él era un remolino de pensamientos en su cabeza. Él también era noches oscuras sin estrellas ni luna.
Él era todo, todo para mí.

sábado, 20 de diciembre de 2014

Kilómetro 0.


Empecé el viaje en tus labios. Me recorrí una a una las carreteras de tu cuerpo hasta volver al Kilómetro 0. Fíjate, estudiadas me las tenía todas y siempre acababa perdiéndome en ti. No podía soportar la idea de alejarme de ti, de saborear los viajes como auténticos manjares en el restaurante más caro que existe. Y así siguieron los días, recorriéndomelo todo poquito a poco.
Llegó el día en el que imaginarme lejos de aquellas carreteras me aterraba. Llego el día en el que me di cuenta de que aquellos viajes eran lo más bonito de mi vida.
Llegó el día en el que me hice total y completamente adicta a ti.

(Y siempre acabaré volviendo al Kilómetro 0, porque, bueno, ¿para qué engañarnos? Es la mejor parte del viaje).

viernes, 12 de diciembre de 2014

Caminos semiunidos.


Hay personas que vienen, otras que se van y otras que, por mucho que quieras, dejan un pedacito de ellas que se enciende cada vez que escuchas su nombre. Y llega el atardecer y a esas personas les da por pasearse por la carretera de los recuerdos, por el carril izquierdo, rumbo a la melancolía.
Y te da por pensar,
y te da por echarlos de menos,
y, ¿se acordarán de ti?

Pero entonces. te das cuenta de que ya se han ganado un huequecito en tu corazón para el resto de tu vida. Levantas la cabeza, suspiras y por fin aceptas, casi sin rechistar, que aunque vuestros caminos se hayan separado, siempre estarán unidos; semiunidos.

martes, 9 de diciembre de 2014

Un pedacito de ti.


Te escribiré mil noches, tardes y mañanas pensando en ti, en cómo arrancarme el sutil recuerdo de tu aroma que en mí tanto ha calado.
Pediré a la luna, como si por alguna que otra casualidad pudiera escucharme, que te traiga de vuelta.
Pasaré las noches en vela, apretando los ojos fuerte mientras pronuncio tu nombre sin que de mi boca salga palabra alguna, por si es verdad y al destino le da por hacerme uno de los mejores regalos de mi vida y consigo que te traiga de vuelta al sofá del salón, a ver películas mientras bebemos café refugiados en una manta.
Todo esfuerzo será en vano y toda canción que escuche, por alguna razón, tendrá un pedacito de ti.
Pero sigo aquí, con el alma en la mano y el orgullo en el cielo, vagabundeando cualquier sonrisa que de ti se pueda desprender y que haga que ese orgullo baje aquí.
Porque eras el único que transformaba las respuestas rebosantes de bordería en otras un poco más amables, siempre cargadas de sonrisas.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Cientos de noches.


Se pasó las noches en vela, con la luna reflejada en sus ojos. No podía parar de mirarla: era inmensamente bonita y circular. E incluso a veces parecía una percha donde dejar colgados los recuerdos e irse corriendo. La primera sensación al mirarla cada noche siempre era la misma. Un escalofrío.
De cierto modo también se identificaba con ella: estaba tan lejos del mundo y a la vez tan cerca que a veces (más concretamente por el día) se perdía.
Y eran cientos de noches bajo la luna, en la ventana, con la mente hecha un lío entre tanto alboroto que deslumbraba dejando huella. Con tanto silencio numerosas veces le daba por tararear sinfonías de Bach o recitar poemas de Bécquer que le hicieran olvidarse incluso de que existía.
Pero acabó el verano. Él volvió. Ella cambió esas cientos de noches de luna por cientos de noches de almohadas húmedas por las lágrimas.