Te escribiré mil noches, tardes y mañanas pensando en ti, en cómo arrancarme el sutil recuerdo de tu aroma que en mí tanto ha calado.
Pediré a la luna, como si por alguna que otra casualidad pudiera escucharme, que te traiga de vuelta.
Pasaré las noches en vela, apretando los ojos fuerte mientras pronuncio tu nombre sin que de mi boca salga palabra alguna, por si es verdad y al destino le da por hacerme uno de los mejores regalos de mi vida y consigo que te traiga de vuelta al sofá del salón, a ver películas mientras bebemos café refugiados en una manta.
Todo esfuerzo será en vano y toda canción que escuche, por alguna razón, tendrá un pedacito de ti.
Pero sigo aquí, con el alma en la mano y el orgullo en el cielo, vagabundeando cualquier sonrisa que de ti se pueda desprender y que haga que ese orgullo baje aquí.
Porque eras el único que transformaba las respuestas rebosantes de bordería en otras un poco más amables, siempre cargadas de sonrisas.
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